En psicología, al medir se están
evaluando las características o propiedades de los sujetos, reportados en
indicadores operacionalizados, que especifican las actividades
necesarias para estimar el constructo, así la práctica psicológica clínica
infantil y escolar, evita cimentarse en la subjetividad de la
medición, ni en la validez aparente de un test, cuando su aplicación demuestra
que mide algo enteramente distinto, comprobado en las diferentes situaciones donde ha de aplicarse.
De aquí que es necesario ordenar el uso de las pruebas y a los sujetos por
rangos, edad y género, utilizando escalas dicotómicas o intervalares,
pretendiendo comparar diferencias, propias, o medir el mismo rasgo entre ellos,
así, el nivel de exactitud que se requiere para medir las variables
psicológicas, varía notablemente, de una situación a otra.
Por ello es preciso,
elaborar las herramientas de evaluación, con criterios psicométricos sólidos,
que garanticen la sistematicidad y autenticidad del diagnóstico y/o de la
investigación, considerando la teoría
del constructo a medir, cómo se va a medir y la población a la que
estará dirigido, siendo éstos los detalles que certifican su aplicabilidad.
De
esta manera, una prueba, debe estar apoyada en la claridad de instrucciones
para su aplicación, calificación e interpretación. El instrumento a utilizar,
debe medir el constructo que se desea y las medidas, deben ser tales que, al
volver a medir el rasgo, bajo condiciones similares, se obtengan los mismos
resultados, de esta forma se tiene la información que se necesita y los
resultados pueden ser aprovechados, por quien lo aplica. Esta inquietud ha
motivado el desarrollo de una instrumentación adecuada, para evaluar
cuantitativamente las diferencias y semejanzas entre los individuos.
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