Este año ha estado lleno de grandes compromisos que incluso, me estuvieron alejada los últimos días... cada uno significó un reto y una meta a alcanzar, desde mi salud hasta la investigación, fueron grandes momentos que escriben este espacio y me permiten compartir con ustedes, las vivencias, alegrías y esfuerzos que cada uno supone.
Mi ejercicio profesional dedicado a la psicología escolar, me sigue manteniendo muy activa e interesada en los diferentes tópicos que involucran a los niños, y por ello he dado soporte y atención al constructo Madurez Escolar Integral, como el aspecto que puede explicar el comportamiento y eficacia del niño en la escuela, dentro de los parámetros educativos venezolanos y con mayor interés cuando de la utilización de instrumentos psicológicos se refiere, por ser una de las tareas principales de la Psicología: la evaluación.
La importancia usar instrumentos actualizados y contextualizados en psicología infantil, le dan fundamento científico y certero a los resultados posteriormente descritos a la hora de dar un diagnóstico que direccione la intervención, y es por ello que desde el año 2009 he dedicado gran parte de mi investigación al estudio del Dibujo de Figura Humana (DFH), propuesto por Koppitz, en los años 60, con una gran visión de la técnica en sus Indicadores Evolutivos, como referente madurativo en niños y que ya antes he reportado por este medio.
Esta vez comparto los resultados de una investigación realizada con Sánchez (estudiante de psicología) a fin de determinar los Indicadores Emocionales del DFH con niños diagnosticados por especialistas con TDA-H, en una muestra tomada en la ciudad de Maracaibo (Venezuela) y conformada por 61 varones (76.3%) y 19 hembras (23.8%).
Los resultados evidencian coincidencia con lo reportado por Koppitz (1976, 2010) y por la investigación de Duarte y Ferrer (2005) en Chile, que asimetría de extremidades, pobre integración, omisión del cuello y del cuerpo, son los indicadores mas relacionados con el diagnóstico, específicamente Impulsividad. De igual manera, la mayor frecuencia de estos indicadores se observa en varones, entre los cuatro y ocho años, para luego disminuir como consecuencia de la maduración del niño, donde la mielinización del cuerpo calloso juega papel importante.
Se recomienda ampliar la muestra para hacer de estos resultados, un baremo referencial que oriente la práctica clínica, con indicadores que alerten la probabilidad de padecer el trastorno y desde temprana edad empezar a trabajar en los correctivos, que enseñaran al niño a modular su comportamiento impulsivo, porque UNA TORTUGA FELIZ; NUNCA SE ESCONDE...
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